Hacía tiempo que nadie la visitaba, habitaba sola en su antigua y sucia casa donde se consumía con el paso del tiempo, su precioso pelo azabache había acabado en gris y su rostro invadido por las arrugas daban un aspecto débil y frágil.
Con la primera luz del día, ella se vio sentada en la misma mecedora donde había permanecido los días anteriores, donde desde la ventana esperaba con deseo a su novio, él era un hombre alto de gran constitución, con el pelo rubio y los ojos verdes. Había partido con el ejército de expedición a un lugar inhóspito, un lugar que no estaba ilustrado en el mapa, pero así lo recordaba ella con su gran pelo rubio y sus ojos verdes, de vez en cuando miraba el reloj y en su cara se veía el disgusto, ¿Qué le habrá pasado? , ¿Por qué se retrasará? Eran las preguntas que se hacia todos los días.
El día que partió cumplía cincuenta y cinco años ella seguía allí sentada en su mecedora mirando por la ventana, de repente sus ojos quedaron clavados en la calle e intentó levantarse pero sus piernas no la soportaron, cayó en la mecedora, hizo un segundo intento y lo logró, se apoyo en la mesa, dio un paso y su piernas flaquearon, perdió el equilibrio y cayó en el suelo, quedó allí tendida.
``Llegó a una gran habitación blanca por donde mirase y sin puertas, ella seguía tendida en el suelo, miró hacia arriba y vio unos enormes ojos verdes, que la ayudaron a incorporarse, el hombre le tendió el brazo, y los dos se sumieron en el resplandor de la luz´´.
No hay comentarios:
Publicar un comentario