viernes, 15 de julio de 2011

Una noche heroica

Paseaba por calles solitarias de mi pueblo, mientras la luna iluminaba mi camino. El ambiente estaba muy tranquilo y no espera mayor exaltación. Después de un mal día solo tenía ganar de llegar a casa y descansar, poner los pies en alto. Solo me quedaba volver dos esquinas y estaba en mi calle. Cuando pasé la segunda esquina oí algunas voces a las que resté importancia, algún borracho pensé, pero antes de llegar a mi hogar volví a oír unas voces seguidas de un grito, de mujer. Rápido busqué con la mirada el origen de aquel sonido,  hasta que vi a una mujer, con sangre en el estómago, bajar la calle abajo perseguida por un hombre robusto.
En ese momento no supe actuar,  como en un impulso entré y cogí un palo que tenía en el portal, y volví de nuevo a la calle a plantarle cara. Cuando la mujer me vio se colocó detrás de mí y tuve que enfrentarme cara a cara con aquel hombre, que me sacaba varios centímetros de altura y tantos varios de anchura. Con la mujer custodiada le dije que llamase a la ambulancia y a la policía, pero en aquel momento de angustia eran palabras necias. Él tenía una navaja en la mano, con la que seguramente hirió a la mujer, y yo un palo. No sabía lo que hacer cuando vino la primera embestida del hombre lo esquivé como pude, pero la segunda no, caí al suelo, con suerte de que su afilado cuchillo no me rozó lo más mínimo. Me levanté con rabia, los nervios recorrían todo mi cuerpo. Lo vi acorralar de nuevo a la mujer y  me acerqué sigilosamente por su espalda, le di un garrotazo en el cuello y cayó lentamente. Luego mientras llamé a la ambulancia y a la policía, le pregunté a la mujer cómo estaba y me dijo que bien que solo había conseguido rajarla un poco.
 Ya con mis padres atendiendo a la mujer, que se llamaba Carmen, estaba más tranquilo. Todo quedó bien resuelto, la mujer se recuperó y al agresor, que iba borracho, lo llevaron a disposición judicial.
Años más tarde lo vi trabajar en la calle, de barrendero, y me inspiró lástima, aunque sus años en la cárcel se los tenía bien merecidos.  Días después de mi acto de heroicidad, por decirlo así, muchos periodistas y cadenas de televisión vinieron a visitar a la agredida, que no desveló mi identidad, cosa que yo le pedí. Para que el mundo sepa que no hace falta tener unas mayas y una capa para ser un héroe

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